Hace poco más de un mes, el 13 de noviembre, falleció la
poeta, profesora de literatura, editora, correctora editorial y dibujante Gilda
Di Crosta. Gilda, mi pareja, mi compañera, mi amor. Su partida marca para mí (y
para muchos) el comienzo de un tiempo otro, un corte abrupto cuyas
consecuencias aún no puedo ni imaginar. Un acontecimiento tan importante como lo
fue nuestro encuentro, hace 11 años. Pero mucho, infinitamente, más brusco.
Porque una relación se construye en el tiempo, más allá del flechazo inicial.
La muerte siempre es súbita, aunque sea la consecuencia de una enfermedad.
Ocurre en un instante, definitivo, irreversible. Detiene el tiempo, señala su
final. Por eso más allá solo es posible otro tiempo, radicalmente separado del
anterior. El tiempo del recuerdo, de la memoria, el único paraíso – o infierno –,
que nos aguarda después de la vida. No sé cuánto me queda aún por vivir, pero
sé que la recordaré en todo momento, con amor, con ternura, con alegría, con
agradecimiento. Siento que me acompaña todo el tiempo, pero lamento, y es un dolor lacerante, que yo ya
no puedo llegar hasta ella.
Para quienes quieran conocer algo más acerca de Gilda, dejo aquí el
link de una página de Facebook donde se puede encontrar algo de su producción.
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