Uno de los debates centrales en la actualidad gira en torno a los vivientes. Es decir, a todas aquellas formas de vida humana y no humanas que se encuentran en peligro de desaparecer como consecuencia de la crisis planetaria producida por el humano. El filósofo francés Baptiste Morizot atribuye esta crisis ecológica a una crisis de la sensibilidad que afecta tanto a la sociedad humana como a las relaciones que establecemos con el resto de los vivientes. Desde este punto de vista es fácil intuir el lugar destacado que tiene el negacionismo con respecto al cambio climático en el neofascismo, espacio que se caracteriza, entre otras cosas, por un endurecimiento de todas aquellas formas y manifestaciones sensibles. No casualmente me encontré conversando con Daniel García sobre la tesis de Morizot en la inauguración de Sirenas, su muestra en la galería Gachi Prieto. En la producción de García es posible reconstruir, junto a sus investigaciones pictóricas vinculadas a temporalidades no lineales, un laboratorio de indagación sobre cuerpos que expanden la frontera de lo humano y en donde se disipa el límite entre la vida y la muerte.
En Trance y otras pinturas, la muestra que presentó el año pasado en el Museo Castagnino de Rosario, propuso un descenso carnal hacia el duelo a través de unas pinturas de características espectrales que creó a partir de la apropiación del archivo de imágenes producidas bajo la órbita de Jean-Martin Charcot en el Hospital de La Salpêtrière durante las últimas décadas del siglo XIX. En la muestra actual en la galería Gachi Prieto, el espectro es abandonado por una figura mitológica con la que comparte la posibilidad de circulación entre ambos mundos, el de la vida y la muerte. Las siete pinturas de gran formato que presenta en esta ocasión recuperan la antigua leyenda de las sirenas, una figura milenaria del Mediterráneo que aparece representada en relieves funerarios, en esculturas, cerámicas, ánforas y platos. Contrariamente a la imagen que tenemos en mente hoy, en la Antigüedad las sirenas eran seres híbridos, con cuerpo de pájaro y rostro de mujer. Posteriormente Disney se encargaría de popularizar la versión ictícola de la leyenda.
En el texto de sala, García remonta la tradición de las sirenas a Ba, un ave con cabeza humana que para los egipcios representaba la fuerza animada de cada fallecido, es decir, es un concepto vinculado a la agencia de los muertos. Esto se conserva en la tradición griega, ya que las sirenas son mujeres que habitan ambos mundos. Probablemente la primera obra escrita en la que aparecen las sirenas sea en la Odisea de Homero. Allí Odiseo es advertido por Circe del canto peligroso de las sirenas, por lo que cubre con cera los oídos de los marineros mientras él mismo se ata al mástil para oírlas sin sucumbir a su canto.
Las siete sirenas de García son acompañas por un audio de una hora y media de duración, en el que se recuperan ambientes y archivos sonoros, configurando el canto potencialmente peligroso de estas figuras míticas. Como es característico de su producción, los cuerpos de grandes dimensiones se encuentran en el centro de la imagen, pero el paisaje del fondo no es un detalle menor. Los paisajes selváticos y montañosos, la exuberancia vegetal o el fondo difuso de una de las pinturas remiten a espacios de transición en donde no podemos distinguir si las plantas están prontas a morir o apenas brotando. La extrañeza es, además, una característica de estos cuerpos quiméricos. En las siete pinturas el rostro humano se reitera, remite siempre a la misma mujer, aunque asume diferentes posturas. Por lo general mira hacia uno de los lados, lo que provoca un cruce de miradas entre una obra y otra y genera cierta circularidad en la muestra. El cruce de miradas se rompe con la obra que se encuentra en el fondo de la sala: una pintura destacada y dramática. Entre la naturaleza exuberante, una sirena oculta su rostro con un pelo negro profundo que remite a la imagen de un cuervo, pájaro tradicionalmente ligado a la muerte. La naturaleza parece agonizar sobre el lado inferior de la imagen, mientras el pelo comienza a mezclarse con el plumaje.
Las grandes garras de las sirenas exacerban su carácter híbrido, vinculándolas con lo tenebroso del mundo animal para sugerir un descenso al ultramundo. Como en otras ocasiones, la concepción pictórica en García se vincula al umbral, un espacio ontológicamente indefinido que oscila entre la vida y la muerte.
Jesu Antuña
Revista Otra Parte, 23 nov, 2023
En Trance y otras pinturas, la muestra que presentó el año pasado en el Museo Castagnino de Rosario, propuso un descenso carnal hacia el duelo a través de unas pinturas de características espectrales que creó a partir de la apropiación del archivo de imágenes producidas bajo la órbita de Jean-Martin Charcot en el Hospital de La Salpêtrière durante las últimas décadas del siglo XIX. En la muestra actual en la galería Gachi Prieto, el espectro es abandonado por una figura mitológica con la que comparte la posibilidad de circulación entre ambos mundos, el de la vida y la muerte. Las siete pinturas de gran formato que presenta en esta ocasión recuperan la antigua leyenda de las sirenas, una figura milenaria del Mediterráneo que aparece representada en relieves funerarios, en esculturas, cerámicas, ánforas y platos. Contrariamente a la imagen que tenemos en mente hoy, en la Antigüedad las sirenas eran seres híbridos, con cuerpo de pájaro y rostro de mujer. Posteriormente Disney se encargaría de popularizar la versión ictícola de la leyenda.
En el texto de sala, García remonta la tradición de las sirenas a Ba, un ave con cabeza humana que para los egipcios representaba la fuerza animada de cada fallecido, es decir, es un concepto vinculado a la agencia de los muertos. Esto se conserva en la tradición griega, ya que las sirenas son mujeres que habitan ambos mundos. Probablemente la primera obra escrita en la que aparecen las sirenas sea en la Odisea de Homero. Allí Odiseo es advertido por Circe del canto peligroso de las sirenas, por lo que cubre con cera los oídos de los marineros mientras él mismo se ata al mástil para oírlas sin sucumbir a su canto.
Las siete sirenas de García son acompañas por un audio de una hora y media de duración, en el que se recuperan ambientes y archivos sonoros, configurando el canto potencialmente peligroso de estas figuras míticas. Como es característico de su producción, los cuerpos de grandes dimensiones se encuentran en el centro de la imagen, pero el paisaje del fondo no es un detalle menor. Los paisajes selváticos y montañosos, la exuberancia vegetal o el fondo difuso de una de las pinturas remiten a espacios de transición en donde no podemos distinguir si las plantas están prontas a morir o apenas brotando. La extrañeza es, además, una característica de estos cuerpos quiméricos. En las siete pinturas el rostro humano se reitera, remite siempre a la misma mujer, aunque asume diferentes posturas. Por lo general mira hacia uno de los lados, lo que provoca un cruce de miradas entre una obra y otra y genera cierta circularidad en la muestra. El cruce de miradas se rompe con la obra que se encuentra en el fondo de la sala: una pintura destacada y dramática. Entre la naturaleza exuberante, una sirena oculta su rostro con un pelo negro profundo que remite a la imagen de un cuervo, pájaro tradicionalmente ligado a la muerte. La naturaleza parece agonizar sobre el lado inferior de la imagen, mientras el pelo comienza a mezclarse con el plumaje.
Las grandes garras de las sirenas exacerban su carácter híbrido, vinculándolas con lo tenebroso del mundo animal para sugerir un descenso al ultramundo. Como en otras ocasiones, la concepción pictórica en García se vincula al umbral, un espacio ontológicamente indefinido que oscila entre la vida y la muerte.
Jesu Antuña
Revista Otra Parte, 23 nov, 2023
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