Sirenas
Desde tiempos muy antiguos, en el Mediterráneo corría la leyenda de una isla misteriosa en cuyas orillas los marineros perecían atraídos por el canto de los pájaros. Estas aves eran denominadas Sirenas, y se decía que tenían el rostro de mujer. Al menos así aparecían representadas en relieves funerarios, en esculturas y cerámicas, y pintadas en ánforas, hidrias, vasos y platos. Posteriormente aparecen también retratadas con senos y brazos, y ocasionalmente con instrumentos musicales: la lira y el aulós. Su iconografía originaria debe mucho a Ba, el ave con cabeza humana, que era para los egipcios la parte inmortal del ser humano, digamos, el alma. Se emparentan con otras figuras míticas aladas con rostro de doncellas: las arpías y las esfinges, aunque las arpías son más bestiales y con grandes garras, y las esfinges tienen cuerpo de león. Solo las Sirenas cantan, pero todas ellas pertenecen al mundo ctónico o telúrico, y se relacionan de una u otra manera con el inframundo. Se dice que las Sirenas eran hijas de Aqueloo (el que ahuyenta los pesares), el dios del río del mismo nombre, y una de las musas (cuya identidad varía según los autores). Originalmente eran las jóvenes y bellas compañeras de Perséfone y su transformación es consecuencia de no haber logrado impedir el rapto de esta por parte de Hades. Según algunos fueron castigadas por Démeter y convertidas en aves. Según otros, su metamorfosis fue voluntaria: pidieron a los dioses alas para poder buscar más rápidamente a Perséfone. Cualquiera sea el caso, se supone que continúan frecuentando a su antigua compañera, ahora devenida reina del inframundo, y por eso es tan abundante su representación relacionada con ritos funerarios.
De entre los muchos textos donde se las nombra, destacamos su aparición
en tres grandes obras clásicas: la Odisea
de Homero, las Argonáuticas de
Apolonio de Rodas y las Metamorfosis
de Ovidio. Es popularmente conocido el relato de Homero acerca de cómo Odiseo,
siguiendo los concejos de Circe, tapona con cera los oídos de sus marineros y
se hace atar al mástil de la nave, para oírlas sin sucumbir a su canto. Una
atadura para librase de otra, porque una de las etimologías posibles para Sirenas
es σειρα que en griego antiguo es cadena o lazo. La astucia, el engaño, triunfa
sobre la seducción.
Apolonio, en un texto posterior en dos siglos al de Homero, narra un
episodio que es en realidad anterior al de Odiseo. Orfeo, a bordeo de la nave
Argos, las vence cubriendo el canto letal con el sonido de su lira. Apolonio
utiliza la palabra άκριτος (acrítico, no dividido) para describir el canto de
las Sirenas, un canto continuo, no separable en vocablos como el humano. Este
canto continuo es superado por las notas discontinuas de la lira de Orfeo. El
romano Ovidio Publio Nasón, por su parte, cuenta en su Metamorfosis el origen de las Sirenas y su transformación en aves
con rostros femeninos.
Estas aves mitológicas son citadas también en otros textos clásicos, como
Helena de Eurípides (donde se las
menciona como “vírgenes hijas de la tierra”) y la Eneida, de Virgilio, y, por supuesto, más contemporáneamente, Joyce
trata con ellas en el complejo y musicalmente estructurado capítulo 11 del Ulises y Kafka especuló acerca de su
posible silencio.
Maurice Blanchot dice que las Sirenas “parece que cantaban, pero de un
modo que no satisfacía, que únicamente permitía oír en qué dirección se abrían
las verdaderas fuentes y la verdadera dicha del canto. No obstante, con sus
cantos imperfectos, que sólo eran un canto por venir, conducían al navegante
hacia ese espacio donde el cantar comenzaría verdaderamente”. El canto “era una
distancia, y lo que rebelaba era la posibilidad de recorrer esa distancia, de
convertir el canto en movimiento hacia el canto y dicho movimiento en la
expresión del mayor deseo”.
A partir de los siglos IV y V después de cristo, la iconografía de las
Sirenas va mutando: desaparecen las aves con rostro femenino y proliferan las
mujeres con cola de pez. Al parecer, las Sirenas griegas migran. Unos siglos
después, llevado por los mercaderes persas, su mito llega a Rusia y se
reencarna en Sirin, un ave cantora
con rostro femenino, que según la leyenda vive en las cercanías del río
Éufrates. No es la única ave con rostro de mujer en la mitología rusa, también
el mito de Alcíone, transformada por
Zeus en ave llega a las estepas, donde recibe el nombre de Alkonost. Gamayún es, en
el folklore ruso, otra ave con rostro y torso femenino. Se cree también
inspirada en las sirenas griegas, y según la leyenda, su canto es profético.
Ofrezco todo esto que he relatado no a modo de explicación, sino
simplemente como un contexto para esta muestra. El mito de las Sirenas, y
especialmente su iconografía, fue la inspiración inicial para una serie de pequeños
dibujos y grandes pinturas en los que vengo trabajando desde hace un tiempo. Llegada
la ocasión de exhibir parte de ese material, decidí hacerlo en el espacio de La
Toma, esta suerte de inframundo al que, para encontrarse con mis extrañas aves,
hay que descender por una estrecha escalera, llegando a una especie de vasta cripta
oculta, en un establecimiento que, recuperado por sus trabajadores luego de su
quiebra, vive su vida después de la muerte.
Decidí también invitar a compartir esta experiencia a Yamila Glardón, quien
propuso hacerlo mediante una instalación performática: Vacíos del silencio, que plantea la posibilidad del cambio, de la
metamorfosis. Explorar lo transmutable, habitar el vacío de la forma, para
traspasar los estados de la materia. De la tierra al aire.
El mito, o sus imágenes, ha servido como excusa, como disparador. Cada
uno trabajó luego con sus propias obsesiones, su propia sensibilidad, su propio
deseo.
Daniel García
agosto 2023
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