martes, abril 09, 2019

Pequeñas pinturas de flores, por Gilda Di Crosta

Mira las flores que son siempre fieles a lo terrestre
Rainer Maria Rilke

La escena se repite: un jarrón o un vaso con flores sobre un fragmento de superficie de apoyo y un fondo liso o azulejado. En cada una, las flores están de pie, segadas, fuera de su hábitat, expuestas de pleno ante quien las observa. Unos conjuntos más generosos que otros, alternan la mesura y la exuberancia de la vida vegetal.
En la repetición, la variación se sucede en los colores y tipos de flores, en los diferentes jarrones o vasos, que a su vez, en algunos de ellos se reiteran imágenes de flores o se esboza un episodio, la lisura o la transparencia.
Estas “Pequeñas pinturas de flores” se presentan como potlatchs florales, ofrecidos en sacrificios domésticos al ornato y el gasto puro.
Lo visible en cada uno de los pequeños cuadros cifra aquello que va a suceder inexorablemente: la degradación de la epifanía de frescura y esplendor, como la llama de una vela: “‘¡Un tallo de fuego! ¿Sabremos alguna vez cuánto perfuma?’, dice el poeta Jabès. El tallo de la llama es tan recto, tan frágil que la llama es una flor” (Gaston Bachelard). Y lo invisible: la fragancia, el árbol o la planta original, donde la flor es el destino venturoso.
El recipiente –ese receptáculo que cumple la doble función de contener y exhibir al mismo tiempo– participa de la composición ornamental, y mantiene al grupo de flores en relación con lo hueco, el vacío, y también lo sostiene en el aliento vital con el agua, el aire y la luz.   
En Mitos sobre el origen del fuego, James G. Frazer cuenta que “cuando los menri entraron en contacto con los malayos, hallaron entre ellos una flor roja (gant’gn: en malayo gantang). Se reunieron en círculo en torno a ella y extendieron sus brazos para calentarse”. Quizá las flores, todas ellas, son llamas, que buscan la unidad esencial con el fuego y la luz.

 (texto del catálogo de la muestra en Galería Mar Dulce)

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