Ese término, impreso por primera vez en 1836 en una novela
de Balzac, pero en circulación desde mucho antes, vino a designar a partir de
entonces un estilo artístico muy anterior. Desde la época de Marco Polo, Europa
se fascinó con un
Oriente en gran
medida imaginario y ya desde fines de la edad media la
moda mongol (parcialmente inventada) puede verse reflejada en
pinturas occidentales como las de Ambrogio Lorenzetti. Los artesanos italianos
pronto comenzaron a crear todo una suerte de simbología “china”: flores de
loto, dragones, aves fénix, peonías, comenzaron a extenderse sobre sedas y
tapices. China era vista como un imperio poderoso y refinado, y la posesión de
objetos o ropas de un estilo chino era señal de poderío económico y cultural.
La elite italiana que adoptó esa moda mostraba su riqueza y conocimiento del
mundo. Durante el Renacimiento, el gusto por la “chinería” se extendió por
Europa. A fines de este período proliferaron por toda Europa pabellones chinos,
jardines y pagodas, alcanzando su apogeo a fines del siglo XVIII. Asociado con
el rococó, fue cultivado por François Boucher, Jean-Baptiste Pillement,
Jean-Antoine Watteau e infinidad de otros artistas y artesanos. Plagado de
estereotipos y preconceptos occidentales, a veces con respeto y admiración,
otras con burla o tergiversación, se manifestó en la pintura, la cerámica, los
empapelados y la arquitectura.
De todas las obras de esta muestra que estoy preparando, la
serie de los jarrones es la que más se corresponde a una chinoiserie, en la que realmente estoy imitando estereotipos de la
cultura china.
Pintadas con acrílico sobre tela, las obras reproducidas aquí miden 50 x 30 y 40 x 30 cm.
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